"Si no podemos vivir juntos, moriremos solos"
Jack Shephard (Lost)

lunes, 26 de julio de 2010

LA BELLEZA DE UN HOMBRE QUE LUCHÓ CADA MINUTO QUE DISPUTÓ


No hablo de otro que de Raúl. Un futbolista que deberá permanecer como ejemplo moderno para todos los niños que quieran ser algo en la vida. He dicho bien, que “quieran ser algo en la vida”. No sólo futbolista, sino que para lograr cualquier éxito que no sea perecedero hay que luchar en cada momento. Además, Raúl hizo bien algo que debemos buscar todos “hacer lo que se pueda, con lo que se tenga, en cada momento”.

Por eso Raúl fue –y es– grande, porque supo hacer que el Madrid brillará cada temporada hubiera o no dinero, hubiera o no superestrellas. Daba igual que inversión hiciera el equipo blanco, porque siempre aparecía el ‘7’ para solucionar todas las papeletas. Raúl luchó hasta el último minuto, y daba igual que estuviera lesionado, porque aún así iba dejarse la piel por el Madrid.

Como colofón y como parodia de lo que es una carrera de esfuerzo, el jugador de Villaverde marcó el último gol en el estadio en el que debutó y además metió el ‘chicharro’ de la despedida estando lesionado. Hoy se ha ido del Madrid con la elegancia que le caracteriza, a pesar de que ha dicho adiós desde la sala de prensa cuando su sitio real era desde cualquiera de las áreas del Santiago Bernabeu.

A Raúl, nadie le ha regalado nada, ni en su llegada, pero ni siquiera en su último día porque no pudo despedirse del Bernabeu de blanco, golpeándose el escudo que lleva bordado en el pecho, lleve o no camiseta, con su puño derecho. A Raúl le han echado de su casa, se va porque “me sigo sintiendo futbolista” y aquí no le dejaban.

Quien le discute, quien no reconoce el mérito que tiene ser profeta en su tierra, seguramente haya olvidado los 323 goles que Raúl ha metido con la elástica blanca. Una camiseta que llevó con el orgullo que no pueden tener los nuevos mercenarios y que manchó de sudor, sangre y barro.

Raúl se merece bastante más que estas letras, pero por si vale de algo, éste es el homenaje de un deportivista que se levantó para aplaudir a un hombre bello. Porque Raúl posee la belleza que tienen los que luchan cada minuto, porque les gusta lo que hacen y porque son leales a la causa que defienden sin la necesidad de pedir un aumento de sueldo por cada logro que consiguen.

martes, 20 de julio de 2010

LA CABALLEROSIDAD DEL CAMPEÓN


El campeón para serlo debe ser un caballero, es la única forma de vencer dentro y fuera del deporte y España tiene la suerte de tener ganadores que además son elegantes como pocos. Miguel Induráin que cedía las victorias a los que le ayudaban a ganar el Tour, Rafa Nadal que siempre tiene buenas palabras para sus rivales y también, por supuesto, Alberto Contador.

Y si Andy Schleck no se quiere dar cuenta es su problema, Contador mandó parar al pelotón cuando él y su hermano se fueron al suelo y pudieron haber perdido el Tour en la primera semana. No es la primera vez que pasa que un ciclista da con sus huesos en el asfalto y le cae una minutada porque no le espera ni su propio equipo. Sin embargo, ahí estaba el gran campeón que es Alberto para detener al Astana y esperar a que Scheleck recuperase su sitio entre los mejores del pelotón que es donde tiene que estar el bravo luxemburgués.

Después llegó el pavés y el líder del Astana se quedó cortado porque la rueda de atrás iba frenada, por supuesto que Schleck no le esperó y más aún su equipo tiró a bloque para descolgar a Alberto Contador. La actitud del Saxobank, que es la escuadra de Andy, fue la adecuada (no sé si la correcta) echar el resto para descolgar al máximo rival del ciclista de Luxemburgo.

Aquel día Contador no se quejó, ni mucho menos recriminó la actitud de Schleck, algo que podría haber hecho con el agravante de que el campeón de Pinto le había esperado un par de etapas antes. Por eso, me duele ver como algunos –entre los que incluyo medios españoles– critican la actitud de Contador. Ayer el español no podía parar porque a su lado venían Samuel Sánchez y Menchov y no hay forma de asegurarse de que el resto de ciclistas se iban a parar porque a Schleck se le había salido la cadena, por cierto, por cambiar mal los piñones.

Alberto Contador ha ganado dos Tours, un Giro y una Vuelta España, pero es un hombre humilde, que ante la rabieta de su amigo –Andy y él se van de vacaciones y cazan juntos– ha pedido disculpas hasta el punto de que ha colgado un vídeo en Youtube, en el que habla desde la cama del hotel a la cámara. Se le ve arrepentido, a pesar de que sabe que en las carreras de tres semanas influye mucho la suerte y que, por ejemplo, cuando Armstrong ganaba los Tours de siete en siete era porque al que se le salía la cadena o él que se caía siempre era otro.

La educación se exige, las buenas formas también, pero los favores como el que le hizo Alberto a Andy para que no se quedara cortado en la primera semana -ahora estaría peleando por entrar entre los cinco primeros– se agradecen cuando te los hacen y guardas silencio cuando no es así. Y que Contador esperase ayer era hacerle un favor demasiado grande.

Eddy Merckx tuvo uno de los gestos más bellos de la historia del ciclismo, el 12 de julio del 71 Luis Ocaña vestía el maillot de líder y se cayó bajando un puerto, Merckx se puso de líder pero al día siguiente no quiso salir de amarillo. Sin embargo, el ‘canibal’ no sé bajó de la bicicleta para ayudar a su rival.

Sí Schleck quiere venganza que la busqué, pero que no olvide que su amigo es un campeón de lo más elegante que ha pisado el Tour de Francia, y si no que recuerde como cuando Beloki se destrozó el cuerpo bajando un puerto, Lance Armstrong aprovechó para atajar por un descampado y meter tiempo a sus rivales, sin preocuparse si quiera por si Joseba Beloki seguía vivo.

domingo, 4 de julio de 2010

UNA BUENA FORMA DE UNIR EL PAÍS


Hace muchos años cuando las naciones se diluían y se perdía la identidad como país una manera de conseguir que el estado se uniera era con la amenaza de un enemigo exterior, por eso se buscaban guerras contra un estado hereje, por ejemplo, o se perseguía a algunas personas por ‘el tipo de sangre’. Así, cuando España moría en la miseria del siglo XVI, entre grandes escritores y mejores letras, todo el mundo se sentía español porque había que acabar con los holandeses que nos daban motivos más que de sobra para aniquilarlos.

Dos siglos y pico más tarde un nuevo enemigo exterior volvía a unirnos, lo único que había avanzado en aquella España era la miseria y la pobreza que, como siempre resbalaba a la corte del monarca Fernando VII, un rey déspota y no precisamente ilustrado. Sin embargo, cuando Francia nos invadió todo hijo de vecino se sentía español, volvíamos a ser un país. De tal forma que hasta Fernando VII, por haber nacido en San Lorenzo del Escorial, nos parecía un paisano digno de que muriéramos en su defensa.

La unión por miedo a naciones foráneas no quedó aquí. A pesar de alegatos como aquél de Marx que decía ¡obreros del mundo uniros! Las guerras mundiales fueron ejemplos de cómo los países hacían piña, generalmente en torno a un tirano, por sobrevivir a amenazas externas. Una vez finalizadas las guerras mundiales, y pese a que es imposible iniciar un enfrentamiento bélico entre dos grandes potencias por miedo a una superdestrucción generada por el armamento nuclear, la amenaza del diferente ha sido, una vez más, un motivo para unir a las personas en torno a una bandera.

Al Qaeda, un ataque terrorista, ántrax… muchas formas de sembrar el pánico y de hacer que los ciudadanos se sientan aún más estadounidenses, por ejemplo. También hay otras nuevas formas de crear patria, fundadas en amenazas aunque ahora ya no de terceros países: el efecto 2000 -¿lo recordáis?-, las vacas locas, la gripe aviar, la más reciente gripe A, el volcán islandés…. Todas ellas una forma de evitar discusiones políticas, pero de una manera que el miedo común nos acerque más a nuestros compatriotas y a nuestra bandera.

El fútbol –el circo del siglo XX y XXI– es otro invento más que no se creó con la intención de que no se hablara de política, pero que lo lleva consiguiendo después de más de 150 años de existencia. Sin embargo, el ‘deporte rey’ ha conseguido unir muchos países en torno a una bandera sin ser una amenaza que ponga en riesgo nuestra integridad. Desde hace dos semanas, las calles españolas amanecen adornadas por una bandera que nadie discute y que es la roja y gualda. De la misma manera que ninguna de las ‘dos españas’ –que tenga un poco de sentido común– debería renegar de que a la selección se le llame ‘la roja’ –porque ése es el color de su camisa- igual que a la italiana se le llama la ‘azzurra’ o a la argentina la ‘albiceleste’.

En definitiva, un sentimiento positivo como es el que se basa en el esfuerzo, el trabajo en equipo, la lucha entre 22 caballeros (la mayoría de las veces cuando acaba el duelo se dan la mano, se cambian las camisetas y se consuelan entre los equipos) consigue unir un país –en la selección juegan catalanes, vascos, canarios, madrileños, sevillanos, asturianos– bajo una bandera y un mismo color.
Más allá de guerras y de amenazas, cuando ayer el ‘7’ de Paraguay se ponía delante de Casillas para lanzar el penalti, todos nos sentimos tan españoles como hace 202 años cuando nos atacaban los franceses, con la ventaja de que sabíamos que el mundial es un juego. Si el circo vale para unir un país, ¡viva el circo!