"Si no podemos vivir juntos, moriremos solos"
Jack Shephard (Lost)

viernes, 23 de abril de 2010

LA METÁFORA DE LA ARDILLA


La ardilla es un animal de una belleza inquietante, quizás porque sea muy ágil, muy rápida y además tenga esa mirada intensa que destilan los animales que tienen mucha fe en si mismos. Pequeños roedores que poseen una simpatía casi magnética, una figura muy proporcionada, un marrón suave pero intenso y una cola que parece que se la han robado a un peluche.

Sin embargo, si quieres disfrutar mucho tiempo de una ardilla no puedes enjaularla, si pruebas a tenerla en casa en un terrario, el diminuto mamífero se muere de pena y de no poder correr por el campo. La tienes en tu hogar, sí, pero ya no es una ardilla, es un animal que se ha vuelto vulgar: ya no corre, ya no trepa…. Por el contrario, las ardillas que viven en los bosques las puedes apreciar pocos ratos seguidos, pero a la larga es más tiempo el que podemos disfrutar de ellas.

De hecho, si consigues que una ardilla confíe en ti, llegará a comer de tu mano, se paseará ante tu mirada, trepará la mitad de un árbol y te observará como diciendo “esto tú no lo haces”, lo más seguro es que al rato o quizás al día siguiente, vuelva y te salude con un toque de hocico en tu palma abierta, así una jornada tras otra.

Deberíamos tomar nota y no querer hacer con las personas que nos importan –hijos, amigos, pareja- lo que no podemos hacer con una ardilla. No debemos enjaular a los que nos rodean, aplicar nuestra lógica, pedir que la compartan y finalmente matarlos –metafóricamente- por la desidia de querer tenerlos constantemente a nuestra vista. Dejémosles respirar, vivir a su manera y compartir esos instantes que nos brindan en los momentos en los que un gesto merecen una vida entera.

TE ESPERO EN MI SILLÍN

Lo primero que quería escribir esta noche es una disculpa, en primer lugar a mi mismo por no haber cumplido con mi cometido de escribir de vez en cuando en este blog que tanto me costó arrancar y posicionar, y también disculparme ante ti que habías cogido la sana costumbre de leerme de vez en cuando. Supongo que es normal que cuando trabajas escribiendo lo que menos te apetece en tus ratos libres es escribir. Sin embargo, a mi esto es algo que me ocurre con una ligera rareza: me apetece juntar letras, pero no encender un ordenador.

No os aburro más con mis explicaciones de porqué no he cuidado un poco más este blog, aunque no me quería dejar en el tintero que cuando abrí esta bitácora lo hice con intención de encontrar un trabajo y como es algo que por azares del destino –y mucha suerte- lo he conseguido, quizás ahora no sentía la necesidad de escribir. He encontrado trabajo y sacio la sed de letras día a día.

Esta última idea es inevitable tenerla en la mente cuando no escribes, y además siempre piensas que el siguiente domingo vas a ponerte otra vez y así sumas un tiempo casi incontable en el que has defraudado a los lectores y, por supuesto, a ti mismo. Sin embargo, todas las excusas se te van al traste en una noche de primavera que parece de verano, porque das muchas vueltas y no duermes de las mil ideas que tienes en la cabeza. Y sólo hay una forma de sacártelas: escribirlas, maquillarlas y contártelas a ti en forma de columna digital. Pido disculpas, estaba cerrado por obras mentales. Te espero en mi sillín.