"Si no podemos vivir juntos, moriremos solos"
Jack Shephard (Lost)

miércoles, 29 de septiembre de 2010

AEROPUERTOS


Hay dos cosas que me sorprenden de los aeropuertos, bueno dos o tres. La primera es que da igual que llegue pronto o tarde porque siempre acabo andando rápido por los pasillos. Supongo que como son interminables te invitan a dar zancadas aceleradas.

La segunda es que si tienes dinero te tratan mejor y además te cuelan, Al final los aeropuertos no dejan de ser una metáfora de la vida. No es que dentro del avión te den un mejor servicio, cosa normal porque al final has pagado por ese plus, es que en tierra puedes traspasar el control de seguridad por un sitio sin cola, sin que te la toquen, y en el que, además, te tratan de forma servicial.

La tercera cosa que me sorprende de los aeropuertos son las urnas transparentes en las que los fumadores se procuran un buen cáncer de pulmón, es curioso que estén fabricadas para aislar del humo a las personas que no fuman, y sin embargo estén abiertas por la parte superior, lo que hace que a 20 metros de la sala de ‘fumeque’ se pueda aspirar el humo del tabaco.

Y la cuarta que se me olvidó enumerar al principio es que como si fuera el juego de la oca, vas de un aeropuerto a otro y en muy poco tiempo estás en París, y aunque esté en obras, enfrente de la Torre Eiffel.

Por cierto, acaba de pasar la azafata y cuando el pasajero de delante le ha pedido el Público ella le ha dado el Marca y cuando yo le he solicitado El País me ha dicho que no lo tenía. ¿Será un complot contra los medios de izquierda? Si empezamos a desconfiar de todo el mundo andaremos aún más deprisa por los aeropuertos y estaremos perdidos.

viernes, 24 de septiembre de 2010

DEFENDER NUESTROS VALORES


Que cada uno piense lo que quiera. Una de las primeras cosas que escribí en este blog es que no me gustaban las etiquetas y que mi ideología la demostraría poco a poco en esta bitácora. Consciente de que este primer párrafo suena a la justificación que quería evitar, empiezo mi alegato dando la razón al presidente francés, Nicolas Sarkozy.

Y le doy la razón porque el máximo dirigente galo no echa a los gitanos rumanos por serlo, sino que expulsa a aquéllos que generan desorden, por no decir que realizan actos de delincuencia. No digo que todos los gitanos rumanos sean ladrones, no me quiero dejar influenciar porque las dos únicas veces que me han intentado robar fueran gitanos rumanos, lo que defiendo es que tú no puedes estar en un país extranjero cometiendo actos ilegales, porque lo razonable es que te den una patada donde acaba la espalda.

Si yo voy a Francia –lo haré próximamente– y me pongo a robar carteras y además duermo en la calle, lo más seguro es que me echen. Y no lo harán porque soy español, lo harán porque estoy generando ‘desorden’. Es fácil meterse en un coche (oficial o no) sin pasar por el metro, por ejemplo, y defender que lo que hacen los gitanos rumanos no es tan malo y además, permitirse el lujo de comparar su expulsión con el holocausto nazi.

El relativismo cultural, la integración y la diversidad son ideas que defiendo plenamente. Sin embargo, esta gentuza –lo digo por los que roban e intimidan, no por los gitanos rumanos- es la que hace que esos principios se tambaleen. Que vengan a buscar una oportunidad está muy bien, pero que pasen la frontera para hacer que nuestros países se sitúen en el nivel en el que están los suyos de origen, a nivel de seguridad, por ejemplo, no me parece tan aceptable.

Una de las fuentes de ingreso de las que vive España es del turismo, no hay más que darse una vuelta por la calle Serrano, Velázquez o la Puerta del Sol para ver a una manada de estos individuos –a plena luz del día- detrás de los bolsillos de los turistas, lo que perjudica nuestra imagen y nuestros ingresos. Si queremos degradar nuestros valores y nuestra civilización dejemos que venga quien quiera y que haga lo que desee sin ceñirse a ninguna norma. Sin embargo, no creo que eso sea un principio de la socialdemocracia.

sábado, 11 de septiembre de 2010

RAMONA


Durante mucho tiempo prometí presentarla en sociedad y ahora creo que ha llegado el momento. El sábado pasado daba una vuelta por El Retiro con mi madre, y bromeando con ella le decía: “llevó más de año y medio con Ramona y todavía no me he metido en la cama con ella...” Y la señora Carmen me seguía la chanza y me contestaba, “hijo ¿te vas a acostar con una bicicleta? Pero si tiene que ser muy dura...

Y no le falta razón. Porque a pesar de llamarse Ramona, tiene menos carnes que una bicicleta. Quiero decir que una bici normal. Y qué es una bicicleta normal. Me refiero a que la mía es de carretera y que además tiene las ruedas tres milímetros más delgadas que una de carretera tamaño estándard.

El caso es que mi relación con Ramona es muy estrecha, de jinete a caballo de acero. Ella me conoce a mi y yo a ella. Sé sus virtudes y sus achaques de bicicleta vieja que algún día fue un modelo envidiado. Ella es marca Zeus, más amarilla que azul, con algún ribete de color plata. El manillar tiene forma de cuerno de cabra rodeada de una cinta de tonalidad cielo despejado. Sólo lleva un estribo en el pedal derecho porque su dueño quiere tener el pie izquierdo libre ya que, a veces, hay que ponerlo rápido en el suelo.

Es muy bonita y por eso cuando me meto en el metro con ella, todo el mundo (sobre todo la gente mayor de 50, supongo que les recordará a su juventud, cuando lo normal era que la bicicleta tuviera el cambio en el cuadro y no en el manillar) se la queda mirando de arriba a bajo. No la desnudan con la mirada porque nunca la llevo abrigada. Aguanta el frío y el calor y nunca se queja. Eso sí, los días de lluvia dice que hasta que no rasquen la pintura blanca del suelo ella se queda en casa que si no se resbala.

El otro día leí que está demostrado de manera científica que las vacas que tienen nombre se sienten más queridas y producen más leche. Desconozco si esto será lo que hace que Ramona, a pesar de la tira de años que tiene y que Madrid está lleno de baches, siga rindiendo y llevé un año y ocho meses llevándome en sus lomos a todas partes.

Quizás lo más hermoso de Ramona sea como la conocí. Antes tenía una bicicleta que se llamaba Morita, a pesar de estar bien amarrada, un domingo por la noche unos delincuentes se la llevaron y no volví a verla. Ramón, un compañero de trabajo de mi hermana Marta, se enteró de que me habían robado la bicicleta y como tiene la espalda fastidiada, y no puede volver a utilizarla, me la regaló. De ahí que Ramona se llamé Ramona.

martes, 7 de septiembre de 2010

AGUA


“Cómo quieres ser mi amiga, si por ti daría la vida, si confundo tu sonrisa por camelo si me miras, qué hacer tu lo sabes y dejar que el agua corra...” Algo así decía sabiamente una canción de Jarabe de Palo que publicaba Pau Donés en su segundo disco titulado ‘Depende’. El problema viene cuando una vez que has dejado el agua correr el sabor sigue siendo muy malo, “como a cucal” comentaban en mi casa.

Pues sí, el agua que sale del grifo del lugar en el que vivo sabe muy mal, ya sé que es difícil porque vivo en Madrid y aquí el agua tiene fama de ser muy buena. Y tanto que se especula que algunos españoles con fama de tacaños y que viven al noreste de la península estaban viniendo con camiones cisterna a por agua de Madrid para ahorrarse unos eurillos en la compra del agua mineral.

De vuelta a la seriedad de la que quiero dotar mi artículo, me sorprende la reacción de la Comunidad de Madrid siempre que se va a plantear un problema. La solución es poner publicidad institucional sobre la bonanza del producto que después nos van a vender 'pocho'. Ya les pasó con el Metro, llenaron el suburbano de carteles en los que se podía leer: “yo soy librero y llego el primero” o “yo soy profe y nunca hago pellas por la mañana”. En definitiva todos hablaban de lo genial que era el metro, pues... ¡toma huelga! Colas kilométricas para entrar en el tren, retrasos descomunales, y todo ello aderezado de un montón de publicidad institucional, alabando al Metro de Madrid.

Hace unos días le tocó el turno al Canal de Isabel II, que si era un símbolo de Madrid, que si que buena está el agua, etc, etc. Pues mira por donde, no es perra sino conde, que el agua de Madrid ha empezado a saber a excremento perruno, a lo que cabe preguntarse si ‘Espe’ tiene una bola de cristal, si sabe de antemano los problemas que se avecinan o si es que donde pone el ojo pone la bala, porque hay que ver que puntería. Me estoy temiendo que en algún momento anuncien el aire de Madrid, porque en ese momento sé que lo que tengo que hacer es comprar una mascarilla antigás.

Y de vuelta a la profesionalidad de este texto, quiero concluirlo con una reflexión que esta vez si pretende ser seria. La solución al problema del agua de mi casa la resolvía ayer por la noche bajando a la tienda de alimentación que hay al lado de mi morada (sí, ya sé que todos tenéis una en vuestra misma calle) y comprando una botella de agua mineral. Sin embargo, hay millones de seres humanos que no tienen una tienda cerca de su casa y el agua a la que tienen acceso no es que sepa mal, es que les mata directamente porque no es potable. Tenemos suerte de vivir en Madrid.