"Si no podemos vivir juntos, moriremos solos"
Jack Shephard (Lost)

miércoles, 23 de marzo de 2011

FUEGO, POLVORA Y BUENA COMPAÑÍA


Valencia, la capital del Turia o de la admiración por la pólvora y el fuego me muestran como el trabajo de todo el año se quema en un día o mejor dicho en unos pocos minutos como metáfora del qué más da. Como ejemplo de por qué no vamos a hacerlo sólo por el mero hecho de hacerlo.

Aunque también puede ser que la idea de quemar algo bello que, como apunta mi hermano Pablo, nació en los talleres de carpintería, cuando se quemaba madera para ahuyentar a los malos espíritus, sea dar la importancia que se merece al fuego como origen de la vida para aquéllos que defienden el big ban como punto de partida de la Tierra.

Las llamas no pueden quemar cualquier cosa, tiene que convertir con su calor abrasador una bella escultura en un montón de cenizas, humo y admiración por el esfuerzo de unos pocos para que muchos disfrutemos.

Las fallas como burla de la vida. Es una idea que se ha afincado en mí junto a los buenos espíritus que quedan después de un gran fin de semana. La vida, al final, es una falla enorme. Una construcción eterna que se consigue con esfuerzo y que un día la muerte —o el fuego en el caso de las fallas— acaban con ella.

Sin embargo, no por ello no merece la pena vivir. Más bien al contrario. Llevar una vida volcada en ser feliz e intentar que los que nos rodean sean felices para que cuando el fuego acabe con tu obra, todos recuerden quién fuiste.

Este año —el primero que piso Valencia en Fallas— la tierra de los petardos me invita, junto con Diego, a prender unas cuantas mechas y me empuja hacia mi ninot favorito, el mejor cuadro del ciclo de la vida, como me explicaba Verónica. Una escultura que representaba a una mujer con un niño en brazos y encima de su figura, dando forma a su cuerpo de madre, un bebe, un niño, un adolescente, dos jóvenes enamorados, un hombre corriendo al trabajo, el momento en el que llegan los niños y dos viejecitos, como colofón a una vida plena.

Valencia me lleva por sus caminos de naranjas y azahar a la playa de Denia donde corro con Diego, disfruto de la compañía de Pablo y del "asento" de Natalia, descubro la cicatriz de Laura y admiro la suavidad de la crema de Verónica.

De vuelta a mi nuevo hogar, las fallas me dejan olor a pólvora en los dedos, el brillo del fuego en los ojos y la sonrisa de un gran fin de semana en buena compañía.