"Si no podemos vivir juntos, moriremos solos"
Jack Shephard (Lost)

jueves, 30 de agosto de 2012

EL VERDADERO CÁNCER DE LANCE ARMSTRONG


El ciclista más grande de la historia del Tour –no así del ciclismo porque lo ‘único’ importante que ganó son siete rondas galas y un campeonato del Mundo en 1993– ha sido sancionado de por vida y lo que es más grave le han arrebatado en los despachos lo que sudó en la carretera bajo el sol y la lluvia durante siete años.

La Agencia Antidopaje de Estados Unidos se ceba con un deportista que es un ejemplo de superación, encima de una bicicleta, pero también en un hospital, en su vida privada, ya que superó un cáncer muy duro por el que tuvo que ser intervenido quirúrgicamente en varias ocasiones.

Revisar la historia del deporte no tiene ningún sentido, según una información de El Mundo, de los últimos diecisiete tours sólo dos los han ganado ciclistas que no se han visto envueltos en historias relacionadas con dopaje: el abulense Carlos Sastre y el británico Bradley Wiggins, vencedor de la última carrera francesa. Pero además, en dos casos –en 2000 y en 2005– el ganador del Tour sería el que finalizó en octava posición.

Han pasado trece años desde que Lance ganase su primer Tour. Seguramente sería más útil que la Agencia Antidopaje de Estados Unidos se fijará en las cosas que pasan actualmente en su país y deje en paz la historia del ciclismo y sus fantasmas del pasado. Porque es raro que un tío haga 200 kilómetros en un día a 50 km/h, pero a mí me resulta igual de extraño que cada deportista que llega a la NBA se hinche como si fuera el muñeco de Michelin.

Lance, los aficionados al ciclismo recordaremos tus gestas y tus duelos con Ulrich y el ‘pirata’, Marco Pantani. Por desgracia tres de los grandes deportistas de la historia contemporánea han sido juzgados por utilizar sustancias prohibidas. Se les ha vilipendiado y se les ha querido borrar del libro del pasado como antaño hiciera Stalin con Trotsky.

Tal vez necesitaríamos que se modificaran las competiciones ciclistas para que personas que entrenan cada día pudieran realizar los recorridos sin ayudas extras; o quizá permitir el uso de sustancias siempre que no afecten a la salud del deportista. Lo que está claro es que esta disciplina, a la que muchos amamos, se persigue más que ninguna otra –antes de la final de la champions no despiertan a las seis de la mañana a un futbolista, pero sí a un ciclista antes de una etapa reina.

Lance Armstrong ha elegido no perder un segundo en defenderse ante los jueces carroñeros de Estados Unidos y ha dicho que ese tiempo lo va a invertir en luchar contra el cáncer. Y como ejemplo, Livestrong, la fundación que creó el campeón de Texas, va a donar medio millón de dólares para acabar con esta enfermedad.

El verdadero cáncer de Lance Armstrong –contra el que nunca va a poder pelear– es la envidia internacional y la personalidad de la sociedad americana a la que le gusta crear ídolos con la misma pasión y minuciosidad con la que después los destruye.

Tengo que confesar que cuando Armstrong ganó el primer Tour, y salió a la luz su historia de cómo no se había dado por vencido en su lucha contra una enfermedad que aniquila de forma tan metódica y tan horrible, me emocioné. Después le cogí un poco de manía porque batió el récord de Indurain, pero una vez que ha pasado el tiempo he sabido reconocerle su mérito, como el campeón que es, pero sobre todo por no rendirse en las cosas importantes. Aunque quieran, nunca olvidemos quién fue este hombre.