"Si no podemos vivir juntos, moriremos solos"
Jack Shephard (Lost)

jueves, 5 de septiembre de 2013

EL PAÍS DE LOS PERROS SIN COLLAR


“Es un perro con suerte” le digo a una chica que lleva a su pequeña mascota de color canela atada. Nada más formular la frase me doy cuenta de que tal vez he ido demasiado lejos y que es un comentario que difícilmente se puede justificar sin ser desagradable con los chilenos.

Una de las cosas que más sorprende de Santiago, y de todas las ciudades que he visitado en Chile, es que está plagada de perros abandonados que deambulan por las calles, buscando calor en el corto invierno y la sombra en días como hoy en los que el sol apretaba a la hora de comer.

Lo más curioso es que en absoluto son perros que tengan pinta de callejeros ya que la mayoría son de raza (sobre todo pastores alemanes, labradores y golden retriever) y parecen cuidados, pero lo que les diferencia de los que viven en un hogar es que no tienen collar y además puedes percibir desconsuelo en su mirada.

Sin embargo, en Chile los perros callejeros no están del todo abandonados. Siempre hay alguien que les pasa la mano por el lomo, les da una manta por la noche e incluso les ofrece comida. Por ejemplo, me acuerdo de una pareja de mujeres mayores que le dieron un puñado de pienso a un pastor alemán que estaba tumbado al sol en la Alameda, la calle principal de Santiago.

El perrazo abrió un ojo, vio que era pienso y debió pensar “esto te lo comes tú”, porque dejó caer el párpado y se durmió de nuevo. Pero no es sólo algo tan necesario como la comida, muchos de ellos están limpios y parecen cepillados.

El amor de Chile por sus mascotas es tal que dentro de la Iglesia de San Francisco, en la esquina izquierda más alejada de la puerta principal, hay una imagen del Santo con un perrito sentado a su lado. Allí lucen más de 50 fotos de perros y gatos acompañados de mensajes en los que los fieles piden a San Francisco que su perro vuelva a casa o que su gato sane o simplemente que permita un reencuentro con su mascota en el cielo, porque murió y la echa de menos. Al lado, por supuesto, una hucha en la que pone “aportaciones económicas”.

Además, a pesar de que se ven muchísimos más perros abandonados que con dueño, también hay perros con suerte como Penélope y su hija Pintura, las perritas de mi colega Alexis, y su mujer, la Coneja, que también cuidaron de la madre de Penélope y que ahora descansa para siempre enterrada en su jardín.

Al final ningún perro se aparta cuando le haces una caricia, jamás te niega el cariño, son fieles y leales (como la perrita que nos acompañó a casa y que se quedó en la puerta). Todos estos motivos son suficientes para no abandonarlos. Motivos suficientes para sufrir con cada mirada que cruce con aquellos que, no en vano, llamamos “el mejor amigo del hombre”.