"Si no podemos vivir juntos, moriremos solos"
Jack Shephard (Lost)

martes, 26 de abril de 2011

RECUERDOS VIKINGOS Y CORONAS SIN VALOR


Hundo las manos en mis bolsillos y encuentro 25 euros. Me satisface pensar que en mi país de destino (España) me esperan mis viejos billetes y mis antiguas monedas. No saber manejar el dinero local es una de las cosas que me generan inquietud cuando viajo. Si a ello le añades las esperas en los aeropuertos ya tienes el conjunto completo.

Por suerte, en Suecia da igual que no tengas efectivo, sacas tu tarjeta de crédito y pagas, por ejemplo, el precio de un sello de 12 coronas (1,25 euros al cambio más o menos). Por ello, el único manejo que tengo con las monedas es el que me posibilita mi hermano Pako que en la despedida me da un par de coronas para Jesús que me las había encargado porque colecciona monedas.

“El dinero físico va a desaparecer”, me confía Pako que ya se ha acostumbrado a utilizar la tarjeta para pagar casi todo. Tanto es así que las coronas se utilizan para jugar el mus en una residencia de Västeras donde prima el español. Aunque para ser veraz lo cierto es que lo que utilizamos de amarracos son 19 antiguas coronas del año 2006 que ya no están en liza.

Más allá del manejo de la moneda local, Suecia y más en concreto Västeras, me acoge con un tiempo soleado de primavera que más se asemeja a un verano suave con cambios de tiempo radicales cuando culmina el atardecer.

El camino por Västeras se escribe con los pedales de una bici que tan pronto te ayudan a acelerar como a frenar y me acercan al duro suelo en un par de ocasiones. Allí me espera el ‘Journo’, una amplia extensión de hierba rodeada por vegetación y transitada por cervatillos que finaliza en un gran lago (el tercero más grande de Suecia).

El ‘Journo’ es un lugar maravilloso para pasar el día y volver pedalada a pedalada a la zona residencial que me recuerda que Västeras es una ciudad de estudiantes con una universidad moderna y confiada en el buen uso de sus instalaciones.

La comodidad del tren me traslada a Estocolmo, un enclave al que saludo con un ‘hola’, en el que escucho mucha parla castellana, y que despido con ganas de volver.

Estocolmo no es una ciudad Ikea ni mucho menos. No dudo de que sea un lugar moderno, vanguardista y funcional, sin embargo se adorna de requiebros de la arquitectura moderna con la licencia de la estructura clásica que se asoma al reflejo bello del agua y de su larga historia que según leo en un escudo data del siglo XIII.

Y a la orilla del mar nos espera una mujer extraordinariamente simpática que ante su insistencia por invitarnos a una cerveza de tercio, me obliga a coger la lata de ‘Stockholm’ que nos ofrece y que comparto con Pako que escucha con su oído anglófilo la historia que nos quería contar la rubia de más de cuarenta.

Abandonamos su compañía y nos volvemos a sumergir en el universo de los ‘vasa’ o los barcos como nos comenta una chica de una tienda de souvenir. La tradición marinera sueca me recuerda aquella leyenda de que los vikingos quizás fueron los primeros en visitar América.

Por fortuna, en Suecia el egocentrismo no es su fuerte y sacan pecho vikingo pero a modo de guiño histórico y lo acompañan de una simpatía y una cordialidad casi “programada”.

Los cuernos vikingos son un recuerdo del pasado que se plasma en los souvenir y que se junta con la boda de la familia real que también a parecen con insistencia por las tiendas de recuerdos.

A pesar de su inutilidad, en Suecia nadie contraviene el sistema monárquico, quizás que sea un país próspero y que la historia del país nórdico sea sosegada hacen que la corona no se vea con el merecido desprecio.

Cerca del Palacio Real, a orillas del Parlamento desfila un grupo de seis soldados vestidos a la vieja usanza con las bayonetas caladas y con paso firme. Un paso firme que me devuelve a España.

lunes, 18 de abril de 2011

BESTIAS

Es cierto, hace tiempo que no me enfrento al ordenador para escribir de algo que no tenga relación con la revista para la que vendo mis letras. El tiempo me ahoga, la dedicación al trabajo, mi implicación con los proyectos con los que me comprometo me absorben y me impiden escribir para algo que no conlleve un intercambio económico.

Pero siendo sincero y omitiendo este primer párrafo casi casi ‘romántico’, no es menos cierto que todo el que haya experimentado una mudanza sabe lo que significa, así como dar los primeros pasos fuera del nido familiar en el que, si olvidas algunos detalles que en absoluto son nimios, tan cómodo te sientes.

Vivir sólo implica mucha responsabilidad contigo mismo, que es la responsabilidad más grande que un ser humano tiene en su vida. No descuidar la alimentación, volverse ordenado y disciplinado son los pasos más complicados en una senda que tarde o temprano tendrás que compartir con alguien, por mucho que me empeñe en que uno más uno son dos, y no uno.

Me hubiera gustado que mi primer post fuese de la casa en la que vivo, mi pequeño refugio con vistas a un ‘patio andaluz’. Sin embargo, esta noche en la que me guarezco entre estas cuatro paredes y mis teclas de siempre necesito desahogarme y borrar una idea que poco a poco había ido cincelando en mi cabeza.

Los animales son animales, por muchos que vayan recubiertos de una aureola de amistad, de cariño y se muestren a menudo sonrientes. Y si además les das alcohol las fieras a menudo no conocen ni las personas a las que tantas veces les hicieron ver que estaban domesticadas.

Y no puedes evitar sentir una punzada de inquietud cuando un individuo que te podría hacer astillas con una mano atada a la espalda te mira y se tira cinco minutos hablando, sin ningún rubor, acerca de lo que podría hacer pero que no hace no sé porqué motivo. Y por mucho que aguante su mirada y apriete los dientes imagino que es imposible mantenerse impasible.

Esa inquietud se transforma en un asco inmenso cuando te bajas de un autobús en el que viajan un par de colegas (David y Alberto) que por mucho que lo intenten no se pueden camuflar entre las bestias. Ésas que primero te llaman hermano por teléfono, pero que luego te recuerdan que un saco de músculos es capaz de “romperle la cara a su mejor amigo”, aunque sea por un comentario espontáneo utilizado a diario que incomoda cuando se ven rodeados de su manada.

Qué pena. No sé si culpar al alcohol, o al gimnasio que les debe embrutecer. Aunque no sé porqué yo llevó dos años visitando ése lugar y no me siento un animal. Habrá que seguir huyendo de ‘la mierda’ que toman algunos para tener “más de un cuarto de hostia” y habrá que permanecer vigilante con mi propia actitud. Ah, y por supuesto huir de las manadas de brutos que hacen que una persona civilizada se vuelve un irrespetuoso con la gente que le rodea, empezando por las personas que trabajan por la noche para mantener a su familia y siguiendo por sus supuestos amigos.

Por cierto, es curioso que un personaje que no ha sido capaz de terminar el bachillerato después de cinco años yendo a clase se permita el lujo de hablar de la cara de tonto de alguien. La inteligencia, según algunos, se debe medir en la cantidad de peso que levantas.

Por supuesto que el ideario de vida que sigo es copiado: “mente sana en un cuerpo sano”. Para eso hace falta bastante más que pasarse la vida en el gimnasio y hay alguno que lo único que lee cada día de su vida son las palabras: ‘proteínas e hidratos de carbono’ y lo hacen para poder levantar mucho peso y mantener la cabeza vacía.