"Si no podemos vivir juntos, moriremos solos"
Jack Shephard (Lost)

lunes, 23 de enero de 2012

SONRÍE, OPORTO, SONRÍE


Si no fuera porque estuve hace cinco años pensaría que la gente de Oporto es callada, silenciosa y taciturna. Si no hubiera estado en 2005, creería que los portugueses son tristes y desconfiados. Sin embargo, creo que la gente de Oporto está callada, taciturna, triste y desconfiada. Diferencia entre ser y estar.

La crisis, el rescate y la deuda, pesan sobre Portugal como la espada de Damocles. Los portugueses han cambiado el gesto y la alegría por abatimiento. Los bancos, los especuladores, han acabado con la alegría de los bares y pastelerías de Portugal, con la sonrisa de los lusos.

Hombres y mujeres deambulan grises, melancólicos, subiendo cuestas y mirando el suelo empedrado. Enero de 2012 queda imposiblemente lejos de aquel julio en el que me perdí con mi hermano y tocayo por las tierras del ‘vinho verde’. Por aquellas aceras que nadie miraba y en la que me encontré a Logan, el pájaro que me hizo compañía durante un par de días y que nos abrió la puerta de la casa de Dany.

Me duele que la bella y decadente Oporto no parezca la misma ciudad. Me duele pensar que tal vez, cinco años más tarde, Dany no acoja en su casa de Matosinhos a dos españoles perdidos que vagan con una tienda de campaña. Pero sobre todo me alarma que la inaptitud de los que rigen los designios del mundo acabe con la alegría de los griegos, portugueses, italianos y españoles.

No se tiene que acabar ninguna fiesta en los países del sur porque nunca la ha habido. La alegría no es un motivo de vergüenza, sino al revés una actitud envidiable ante la vida que no tienen por qué cuestionarnos desde el norte de Europa.

Sin embargo, hay que hacer bien las cosas. Intentar timar a un turista en la ribera del Duero cobrándole 13 euros por unos entrantes que no ha pedido es pan para hoy y hambre para mañana. En cambio, prefiero recordar la ‘última cena’ en la que la camarera nos cobró de menos para que volviéramos a su bar o aquel hombre que se levantó para que pudiéramos desayunar en una mesa. Eso sí me cuadra con la filosofía de un pueblo hermano, acogedor y amigable como es el portugués.

Cualquiera que lea esto pensará que no he disfrutado de Oporto y nada más lejos. El viaje queda lleno de recuerdos, de fotografías, de tranvías (viejos y nuevos), de piedras de playa, de brindis, de francesinhas, de espirales, de sonrisas y de vaivenes. De miradas hacia el pasado, pero también hacia el futuro. Y sobre todo de un anhelo: que Oporto vuelva a ser Oporto y que vuelva a sonreír. Y allí estaré yo para contarlo.

3 comentarios:

  1. Bonito artículo. La decadencia en sí no tiene por qué ser negativa; se puede interpretar como señal de cambio, de algo que termina y otro algo que empieza. Algunos lugares de Portugal son así, parece que estén suspendidos en ese punto de inflexión eternamente. Pero tú has visto otra decadencia diferente esta vez y me lo has transmitido.
    Me gusta Portugal y además siempre he admirado la rebeldía de sus mujeres al no depilarse el bigote

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  2. siempre crei que los europeos de los pirineos para arriba sentian envidia de nuestra forma de ver la vida...la pena es que los hermanos portugueses esten pasando por ese mal trago,causado por los de siempre.un abrazo hermano reportero jeje.GALLAGHER

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  3. Gracias 'anónimo'. Tienes razón en que la decadencia de las fachadas de los edificios de Oporto le entregan encanto a la ciudad.

    Sin embargo, discrepo contigo: en Portugal hay chicas preciosas.

    Gracias por leerme y por comentar.

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