
“Tú, ¿por qué pegas? Para ya. Ella se merece todo tú respeto, cuídala. 25 de noviembre, ‘Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres’. A la primera llámanos”. Éste es el nuevo anuncio que desde hace unos días decora las paradas de la ciudad en la que vivo.
No sé porqué te lo cuento. Confío en que, tú que me lees, no te encuentras entre los inhumanos que maltratan a la persona que vive contigo. No es ideología de género, como lo tildan desde algunos sectores de la extrema derecha, es que la violencia que sufren las mujeres por parte de sus parejas constituye la primera causa de mortalidad en el mundo para este género.
Me habría gustado escribir el día 25 de noviembre sobre esta lacra, sin embargo, desde hace una semana ando ocupado en algo que si todo va bien prometo contar en el blog con detalles. También prometo no descuidar esta bitácora, pase lo que pase, porque sé que hay la suficiente gente que me sigue y porque con que tú me leas ya tengo un motivo para no descuidar este camino que empecé el 3 de octubre.
Volviendo al tema que me ocupa, sé que hoy es un buen día para hablar de violencia sexista, ojalá algún día nadie denuncie la situación de millones de novias y esposas en el mundo, porque no haga falta. Sin embargo, mientras escribo estos garabatos en mi libreta, hay muchas mujeres, de todas las edades, atenazadas por el miedo de pensar que el hombre al que un día amaron está a punto de llegar a casa.
No hay derecho a que una actitud asquerosamente posesiva se convierta en motivo de desdicha para millones de mujeres en el planeta, una forma de ser que destruye familias, vidas y sueños. Tampoco hay derecho a que en muchos lugares del mundo las agresiones de los hombres a sus parejas no sean castigadas porque se toman como asuntos privados. Pero si algo es inconcebible es que en España, en el siglo XXI torturar a tu mujer bajo los efectos del alcohol o de cualquier otra droga sea un atenuante, en lugar de un agravante.
Otra incongruencia, que se me ocurre a bote pronto, es que sea la víctima la que tenga que llevar la pulsera con el localizador en vez de ser el agresor, que además debería llevar una muñequera bien grande para que todo el que lo vea sepa que tipo de hombre es. Tampoco es lógico que se permitan continuamente las órdenes de alejamiento, o que un hombre que es denunciado por su pareja pase una noche en el calabozo y al día siguiente vuelva a la misma cama de la persona que lo metió entre rejas.
No me gusta la figura de la ministra de igualdad. Sin embargo, estoy de acuerdo con la apreciación que decía con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia que sufren las Mujeres’: “hay que evitar el maltrato desde su germen”. Desde el maldito momento en que se falta al respeto por primera vez, aquel instante en que alguien empieza a creer que su pareja es como una más de sus posesiones.
Puede que algún día vivamos en un mundo en el que los hogares estén llenos de amor y de confianza en nosotros y en la gente que nos rodea; hasta entonces sólo puedo pedir leyes eficaces, educación desde la niñez y que en la medida de lo posible hagamos ver a los que nos rodean que las personas tienen derecho a la libertad, a la dignidad y a ser dueña de sus decisiones. Como dice el personaje de Pérdidos Jack Shephard, ante cuarenta desconocidos: “si no podemos vivir juntos, moriremos solos”.